AFRONTANDO LA VELOCIDAD DEL MORIR


Hace ya unas semanas, los abajo firmantes debatíamos sobre el caso de Brittany Maynard, la paciente americana que sufría un tumor cerebral y que trasladó su domicilio a otro estado de los Estados Unidos, donde legalmente sí podía acceder a su deseo de elegir el momento de su muerte. Fue un caso tratado en los medios de comunicación ampliamente, en gran parte porque la paciente hizo campaña pública a favor de la eutanasia y/o el suicidio asistido, dando su imagen a la organización Compassion & Choices.

Con la calma que da la distancia a la polémica y el convencimiento de tener “razones” para opinar, pero no la “razón”, hablemos del “tema”. 

Desde los cuidados paliativos no podemos obviar el debate existente en torno a la eutanasia. Tampoco que en algunas personas exista el deseo de morir anticipadamente. Ni por supuesto el miedo-aversión al sufrimiento que existe en esta sociedad nuestra,  con índices de bienestar que ninguna otra sociedad logró anteriormente. Nuestro campo de trabajo diario es justamente este, el del sufrimiento en personas que están en el tramo final de sus vidas. Y lo que decimos, y vemos poco publicado, es que con la competencia y la compasión de profesionales volcados, y bien entrenados, en el cuidado del paciente y su familia; estas peticiones de adelantar el momento de la muerte pueden ser transformados en momentos de vida llenos de paz y armonía. Morirse puede “ir bien”… 

Nos duele por tanto que se haga un símil de la “muerte digna” con la eutanasia, o a otras formas de “morir por adelantado”, como si fuera el paradigma deseable. Se muere muy dignamente llegando al último suspiro, débil y sin fuerzas físicas, pero aliviado y confortado por el cariño de los que están a tu lado. Sí, dependiendo de otros. 

Sobre las encuestas en este tema creemos que sería muy largo debatir. Es curioso que en la misma noticia de El País se apunta algo sobre lo que querríamos reflexionar: 
El suicidio asistido es un debate que está lejos de ser central en EE.UU., pero cuando a los estadounidenses se les pregunta directamente, parecen estar a favor de la elección personal. Una encuesta de Gallup publicada el año pasado revela un amplio apoyo al suicidio asistido, aunque la propia empresa de encuestas advertía de que depende de cómo se presente al público. Si se presenta como "acabar con la vida del paciente por medios no dolorosos", el 70% está a favor. Pero si se pregunta por "ayudar al paciente a suicidarse", la cifra baja al 51%, aunque se esté hablando de lo mismo.

El final de la vida es una situación compleja que requiere de análisis pausados y de opiniones expertas. Lo fácil es acabar cuanto antes. Lo humano nos parece que es atender a todas las necesidades y aliviar todos los sufrimientos, también el de no querer morir. 

Evidentemente entre las voces más expertas debe situarse en primer lugar la de la persona enferma. Escuchar su voz con inmenso respeto. Y discernir con él o ella si ya no quiere vivir, o ya no quiere vivir así; para entonces ahondar en ese “así” con todas las armas que tenemos. Porque una ciudadanía, un país, que no se ha otorgado a sí mismo todos los medios a su alcance para erradicar el sufrimiento evitable,  no debería abordar sin más el tema de acabar con la vida de alguien que sufre. 

Nos queda lo más difícil, dar respuesta a esto que dice un lector en una encuesta que ha lanzado La Vanguardia

La vida es propia e inajenable, por tanto poco importa lo que otros piensen sobre el suicidio, en cualquiera de sus formas
Esta afirmación tiene poca posibilidad de crítica si damos por hecho que somos seres individuales viviendo a la vez que otros, coincidiendo sólo en tiempo y espacio. Pero si en lugar de ser, somos; si entendemos la vida en clave de relación... ¿Cuánto de mi vida actual “es” porque está soportada por el ser de otro…? ¿Habéis oído alguna vez la expresión africana “Ubuntu” que se podría traducir como “soy porque somos”?

Ahí creemos que está la clave. La forma de entenderse uno mismo como isla o pequeño archipiélago. En ese contexto de autosuficiencia, la dependencia es peor que la muerte. 

Es precisamente esa dependencia lo que en nuestra experiencia más frustra a los enfermos, en muchísimos casos más que sus dolores físicos o sus preocupaciones materiales. Depender de otros pasa a ser así el factor más determinante. En cuantas ocasiones oímos “es que no quiero ser una carga para mi familia”. En cambio, el atender a la dependencia puede convertirse en un privilegio para familia y profesionales, que pocas veces se explica o se narra. Queda en el recuerdo, en lo más profundo de cada uno. Y la maravilla se produce cuando se dan ambas circunstancias; personas dispuestas a cuidar con amor y entrega, y otras aceptando ser cuidadas también en un escalofriante acto de amor. No, no decimos que no sea fácil; pero es. Se da. Está ahí. Siempre lo ha estado. 

Una sociedad que se avergüence de sus seres más débiles, que abra sin miedo la puerta de salida porque sienten que molestan, que estorban, o porque no sabe cómo abordar su sufrimiento… En esa sociedad no sé si me gustaría vivir ni me parece buena para nuestros hijos.

En cambio, en un entorno que facilite la atención al sufrimiento evitable, que dé valor al otro no en cuanto a lo que es capaz de hacer sino por lo que es, por el mero hecho de ser, un lugar que facilite al cuidador su labor, sin paternalismos ni abandonos; que ayude al cuidado del otro como gran valor comunitario, y que consuele, acompañe y soporte (dé soporte, no “aguante”) al dependiente , otorgándole el carácter de prioridad, ahí sí, a eso me apunto. Todos Contigo. La Historia de Juan

Apostamos por ese mundo. Con los oídos atentos a los que sufren. Con la mente abierta. Seguro que el tema no se cerraría aquí. Pero hablemos… de todo.



Alberto Melendez Gracia                            Rafael Gómez García
@A_Melendez_G                                        @ragomgar


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